Soy de esas personas que creen que viajar es sin duda una de las mejores cosas de la vida. Conocer nuevos lugares y personas, te abre la cabeza, te muestra nuevos mundos, nuevas formas de vivir, y aquello sólo ayuda a la maduración y al crecimiento personal. Si estos viajes tienes la suerte de compartirlos con amigos, novios o familia, todo mejora. Que conste no tengo reparos con esos viajes solitarios e introspectivos, en los cuales te vas haciendo los amigos al andar, pero si soy de esas personas que creen que siempre es mejor tener a alguien a quien contarle lo que estas pasando, el cuadro, con quien almorzar y organizar pequeños mini viajes, etc.
Habiendo aclarado lo importante que es para mi viajar, creo fundamental que antes de viajar fuera del país a lugares exóticos o clásicos, es imperdonable no conocer antes el sur de nuestro país (no, no tengo intención de hacerle campaña a nada ni a nadie). Desde muy chica que viajo a distintas partes del sur con mi familia (aunque todavía tenemos pendiente la Carretera Austral y las Torres del Paine, aunque definamos eso como el extremo sur de Chile mejor), por lo que siempre tiendo a volver al sur. Me gusta la lluvia, el verde y bueno, por supuesto el frío. Admitámoslo, parte de la gracia de viajar al sur en pleno verano es que existe la posibilidad de que te toquen un par de días medios helados, con lluvia, en los cuales espero tengas la suerte de poder estar cerca de alguna bosca o chimenea, mientras te tomas un té con lecha o su clásico chocolate caliente para los golosos.
Este año, en febrero, tuve la suerte de escaparme con mi pololo a este querido y ya tan nombrado sur. El viaje fue una especie de excusa que fuimos armando.
Primera parada, matrimonio en Temuco. ¿Cómo van a empezar mal unas vacaciones, si es que partes festejando? A partir de ahí, un par de días en Pucón, sólo para empezar a acondicionar el cuerpo para lo que se nos venía. Luego, subidos arriba del auto, empezamos rumbo hacia a Argentina, partiendo por San Martín de los Andes, después Bariloche, todo para terminar de vuelta en Chile, Puerto Varas para ser más exactos. Un par de días en cada ciudad y mucho rato en auto por caminos increíbles, por la famosa ruta de los siete lagos. Luego de todo este viaje, nada mejor que volver un par de días, sólo a dormir y comer, nuevamente en Pucón, el centro de encuentro, tratando de alargarlo lo más posible, con tal de no volver a Santiago, a la oficina y ese ritmo no tan lindo.