Me subo al metro, cámara en mano -casi siempre- por si encuentro algo interesante que fotografiar y guardar en la memoria. Veo a un señor, caballero, de unos 60-70 años. Una mirada rápida, de arriba a abajo, buscando de manera casi automática algo que llame mi atención. En él no hay nada nuevo, la mirada cansada y el maletín sobre las piernas delatan que fue un día gastado en la oficina. Vestido con prendas de distintos tipos de cafés, difícil hacer que no combine cuando son tonalidades distintas de un mismo color. Todo ya visto antes, unas mil veces por lo menos, aburrido, excepto por los zapatos. Me costo dejar de mirarlos.