Hace un par de días, cumplí 26 años, o mejor dicho en otras palabras, estoy ya más cerca de los 30 que de los 20, lo cual, debo admitir, me generó un alto grado de depresión por unas horas. Como casi todas estas depresiones medias ridículas de las nosotras las féminas, tienen una solución fácil (aunque un poco cara), salir de compras. Afortunadamente era mi día de cumpleaños, así que tenía la excusa perfecta para ir a comprar algún regalito.
Hace tiempo quería algo simple, clásico, pero simple: una camisa blanca y un buen par de blue jeans. La búsqueda no fue para nada fácil, al contrario de lo que uno pensaría. Pasé gran parte de una tarde, por no decir toda, hasta encontrar lo que andaba buscando. Por suerte estaba con buena compañía y el mejor asesor que he tenido: mi papá.
Lo primero que encontramos fueron los pantalones. Dimensión Azul fue la tienda premiada. Los blue jeans, clásicos, azul más bien oscuro, pero con el toque moderno, que en este caso es apretados, pitillos. Eso si, lo mejor de esta compra fue que la talla que me quedo buena fue la 34, si, cumplí 26 años, si estoy más cerca de los 30 que de los 20, pero todavía quepo en un par de pantalones talla 34. Vamos que se puede! Fue lejos uno de los mejores momentos del día, y se que suena un poco superficial de mi parte, pero en verdad en verdad, no lo es tanto, estoy segura que más de una se sentiría igual de bien en una situación similar.
Listo los pantalones, ahora tocaba ir por la blusa. Esta vez la tienda en la cual encontré aquella preciada prenda fue la archiconocida Zara. La blusa la encontré al llegar, vistiendo uno de los maniquíes de la entrada. Era blanca, simple muy simple, de una tela suave y delicada, era simplemente perfecta. Sin embargo, aparentemente el dicho "el que quiere celeste, que le cueste" le gusta ser imprescindible, razón por la cual, cuando iba todo bien y pido aquella blusa en mi talla (XS, es chica lo se, pero por lo mismo, al igual que la XL, casi siempre tienen en las tiendas, o por lo menos S), hablo con la vendedora y le enseño la prenda, puesto que no las encontraba en ningún lugar de la tienda. Ella amablemente me indica otro conjunto de camisas blanca, indicando la blusa de mi talla. Yo, todavía muy amable, le indico que esa si bien es similar, no es el mismo modelo del maniquí. Aparentemente mi palabra no fue suficiente, por lo que tuvimos que volver a verla y revisar esta vez el código de la ya famosa blusa. Como era de esperarse, yo tenía razón, así que pidiendo las disculpas del caso, me informa que irá a buscarla a bodega, pero adivinen que, después de esperar 15 minutos (demasiado tiempo de espera, pero en verdad la blusa es perfecta para mi), llega la vendedora, y me entrega una blusa de mi talla, también blanca, pero, no la que yo le pedí, aunque de nuevo, mi palabra no fue suficiente, tuvimos que volver a recorrer la tienda entera hasta compararla con el maniquí de la entrada. En estos momentos, mi paciencia ya se había acabado, así que pedí hablar con la jefa de ventas. Después de 5 minutos de espera, me encuentro con ella, me explica la situación, y me indica, si se que no es la misma blusa, pero es la más parecida que tenemos a la que estas solicitando, por eso te la envié con la vendedora, porque es casi igual. Y yo, en ese momento, en la rabia máxima, que se creen que a una la pueden hacer tonta y pasarle gato por libre, error hacer eso conmigo, así que cuando estaba empezando a demostrar toda mi rabia, la jefa de vendedores, afortunadamente atina, se le prenda la ampolleta y me ofrece venderme la camisa del maniquí. Milagro, la camisa era de mi talla y me quedaba perfecto. Creo que era la fortuna del día cumplañero.
Conclusión: sigo teniendo la misma talla que a los 25 (igual era de esperarse), y aunque trates, cuando se refiere a ropa, no me puedes vender gato por liebre.